lunes, 9 de junio de 2008

Para mi gente

Comienzo a escribir esta entrada cuando son algo más de las 22 horas de la noche del lunes 9 de Junio. El estruendoso sonido y el colorido resplandor de unos preciosos pero tristes fuegos artificiales iluminan la noche y la habitación desde la que ahora mismo escribo, mi ventana está abierta y entra una ligera brisa agradable. Es el final de otra historia.

Se supone que tendría que estar agotado, durmiendo la mona, pero estoy totalmente repuesto, a tope de energías. Estos últimos días han sido grandes, muy grandes. Tanto alcohol durante el día y también durante la noche me ha ayudado a descansar a la par que a disfrutar, mi estado ha sido muchas veces para desplomarme en el suelo en cualquier momento, y cuando eso ocurría, ya podía dormir bien, aunque fueran pocas horas, ya que al día siguiente, una nueva tarde para las cañas y una nueva noche para el botellón y garitos se preparaba para nosotros.

Y todo es más especial de lo que debería, a lo mejor porque es mi pueblo natal (ciudad si recurrimos a la teoría). Ves a toda esa gente después de tanto tiempo, gente a la que jamás habría pensado que volvería a ver, pero están ahí, algunos han cambiado, otros no tanto, pero me hacen mirar atrás y acordarme de nuevo del maldito pasado, un pasado que ahora está presente y que parece que estoy viviendo otra vez.

Me reencontré con todo esto, y lo primero que me dijo una persona a la que no veía desde hace unos años fue lo siguiente: "Cada vez que te veo estás bebiendo". Bonitas palabras después de tanto tiempo, y aunque no creía que fueran del todo ciertas, la verdad es que un par de horas después me volví a encontrar a esta misma persona en un bar de copas con gusto y distinción mientras yo terminaba un tercio de cerveza y me pedía otro en la barra. Y es que hasta en las televisiones locales aparezco tomándome unas cañas en la transitada Calle de los Vinos, pero claro, en esta época, como para no beber...

También me encontré unas tres o cuatro veces con mi compañero codirector, que se apuntó a la fiesta, el mundo es muy pequeño, y mi pueblo más, aunque esté petado de gente. La primera vez que me lo encontré no recuerdo de qué hablé y tengo la sensación de que él tampoco se acuerda. La segunda me lo encontré cuando me acababa de perder y me había quedado solo entre tanta gente que cantaba y bailaba Paquito el Chocolatero interpretado por una de las charangas que animaban la intransitable calle, hablamos de que hay que retocar los títulos de crédito. La siguiente vez, yo todavía seguía perdido, y para hacer tiempo, me presentó a su gente. La cuarta fue hacia las 8 de la tarde, me dijo que hacía unos minutos que había hablado con un tipo que conocía a no sé qué empresa distribuidora que se podía encargar de mejorar la distribución de nuestro corto, pero no me acuerdo del nombre de dicha empresa, espero que él sí, aunque tengo la sensación de que no lo hará. Ambos íbamos bastante tocados, y al menos yo, llevaba desde las 3 de la tarde bebiendo sin parar.

Ojalá todos viviéramos constantemente en ese estado, con el puntillo permanente, porque de esta forma, parece que todo está mejor, te ríes, hablas con la persona que bebe a tu lado, aunque no le conozcas de nada, pero ya es uno más de los tuyos. Se cuentan verdades como templos, la gente parece más lúcida, tienen mejor sentido del humor, bailan, se besan, se enamoran, se alían, y es que hasta en la familia parece que no hay crispación, el trato cambia, se hace más llevadero. En definitiva, convendría vivir siempre así, pero estamos en un punto en el que eso es una pretenciosidad y una utopía, todo está ya demasiado organizado y deteriorado, aunque a veces haya espejismos de esa otra vida que te liberan.

Aunque volví a ver a muchos viejos amigos y conocidos, me quedé con ganas de hablar con mucha más gente o de tener conversaciones más amplias. Me quedo con ganas de una tarde de cañas más, me quedo con ganas de una noche de botellón más en la Torre Lucía frente a las murallas de nuestra ciudad y con miles de personas alrededor. Pero he sacado algo en claro, tengo que escribir algo sobre todo lo que he experimentado estos días, y no me refiero a escribir sobre el alcohol y la fiesta, o de que Alejandro Sanz se haya pasado por aquí (porque ya es la tercera vez que coincido con él), sino sobre el reencuentro, el pasado/presente y la nostalgia, y no me importa decirlo a los cuatro vientos porque sé que la idea que yo tengo de esto nadie más la puede escribir, sencillamente porque son mis sentimientos, y aunque sean parejos con los de muchos, son también diferentes en el modo de sentirlos. Y creo necesario escribir algo así porque me lo debo y se lo debo también a todos ellos. De hecho, ya me siento mejor únicamente escribiendo estas escasas líneas. Y aunque Dito Montiel ya hiciera algo parecido con A Guide to Recognizing Your Saints (Memorias de Queens), quizás yo pueda hacer algo diferente, y no quiero ser pretencioso.

El ambiente que se vive aquí estos días todavía no lo he visto en ninguna parte, ni siquiera en mi querida capital. Me apena bastante que esto se acabe, pero al menos, la Ciudad sin Nombre vuelve a tener nombre (La perla del Valle) y vuelve a cobrar algún sentido para mí, aunque sólo sea durante cinco días al año y un martes de Agosto...

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